La festividad del día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, celebradas el 1 y 2 de noviembre, hunde sus raíces en la tradición pagana. La globalización ha hecho que cada año coja más fuerza la fiesta de origen anglosajón de Halloween, pero en Canarias, existieron tradiciones vinculadas a esta celebración, que coincide con el otoño, el final de las cosechas y la preparación para el invierno.
La Orden del Cachorro Canario, desde hace aproximadamente 22 años, rescata y celebra la víspera de estas fiestas, “LOS FINAOS”. Recordamos a nuestros familiares y Compañeros Cachorruos/as fallecidos y guardamos un minuto se silencio en su memoria.
Primero en la calle de Los Balcones en donde estaba nuestra antigua Casa y posteriormente en su actual Casa de la plaza de Santo Domingo.
La tradición en Canarias estaba marcada por un profundo sentido religioso. Son días de enramar con flores las tumbas de los difuntos, de ir a misa a rogar por el alma de ellos y también existía la creencia de la aparición de almas en pena.
No es una fiesta triste, aunque lo parezca. Recordar a los muertos es festejar la vida y con ello se ahuyentaban los temores contando historias de los finaos, haciéndolos presentes. Generalmente eran las abuelas las que narraban los cuentos de los que ya no estaban. Mientras tanto, merendaban con castañas, nueces, almendras e higos pasados, acompañado de vinos dulces, licores o anís.
En muchos municipios de Gran Canaria, los niños salían con una talega e iban por todas las casas del pueblo pidiendo” los santitos». Tocaban la puerta y decían: «¿hay santitos?», y si respondían que sí, depositaban en la talega almendras, nueces, higos y los frutos propios de La noche del 31 de octubre en Gran Canaria, la noche de los finaos, era la noche del año en la que las familias conmemoraban el recuerdo de sus difuntos en un ambiente de recogimiento y respeto en la que los mayores transmitían a las siguientes generaciones las historias de ausentes y narraban su memoria como preparatorio de la misa y visita al camposanto al siguiente día.. Era un momento en el que la familia se reunía en casa, «de puertas adentro», y aprovechaba para realizar las tareas propias de la época del año, como recoger castañas, partir almendras y desgranar millo.
Las castañas asadas en brasero de barro o guisadas con agua y matalauva eran comunes en todos los municipios, pero también cada zona degustaba sus productos típicos como almendras e higos pasados en Tejeda y Artenara, nueces en San Mateo y manzanas en Valleseco, donde ese día se solía matar un cochino para hacer morcillas y chorizo y salaban la carne del año.
La tradición oral recuerda que la merienda en Agüimes se degustaba en algún cercado al que los pequeños de la casa llevaban las cestas que sus madres les había llenado de castañas, nueces, manzanas y almendras.
Mientras, las mujeres seleccionaban las mejores flores del patio para enramar las tumbas, cortaban la esparraguera para adornar la cruz y colocaban una lámpara de aceite junto a las fotos de los difuntos.
Al caer la tarde de la víspera, reunidos en la casa familiar al calor de la cocina, se recordaba a los fallecidos. Algunos mayores de la familia aprovechaban la ocasión para meter miedo a los niños, con historias y cuentos de brujas.
Solo en las casas más pudientes o urbanas, había huesitos de santo y bollos de alma.
El día de Todos los Santos marcaba el inicio del Rancho de Ánimas, que recorría las casas bajo petición, y cantaban y tocaban por los enfermos y ánimas de la familia hasta el 2 de febrero o el día de La Candelaria. El dinero recogido se entregaba a la parroquia que lo destinaba a celebrar misas por los difuntos.
La solicitud del Rancho de Ánimas era uno de los actos preparatorios para la muerte porque en la sociedad tradicional canaria el tiempo para la vida era el momento de preparar el camino hacia la muerte. También se encargaba la mortaja, se daba instrucciones precisas para el enterramiento y se pagaba las misas de luz.
Ya después de la muerte, los allegados, ataviados con ropas de luto y crespones, recordaban y mantenían la presencia del difunto entre ellos con cuadros o fotos, lámparas de aceite y misas de difuntos.
En Canarias hasta mediados del siglo XX, la muerte era un hecho trascendental que articulaba la vida, con repercusiones sociales, principalmente para las mujeres. La ausencia del hijo o del marido convertía a la mujer en una víctima social, por lo que tenía que cambiar de rol ante la sociedad y su familia. La viuda dejaba su escasa vida social y, en muchos casos desprotegida económicamente, se ponía a trabajar convertida en cabeza de familia y responsable de la unidad doméstica.
En algunas zonas rurales del archipiélago, en la noche de los Fieles Difuntos se celebraba un «Velatorio de Finaos». Se velaban durante toda la noche mientras se narraban cuentos y corridos, se bebía vino, se comían castañas, se mataba algún cochino y hasta se formaba una parranda con timples y guitarras.
La Orden del Cachorro Canario, fiel a las tradiciones y costumbres de nuestros ancestros, revive este difícil año esta seña de identidad, quiere transmitir esta celebración y defender su celebración popular, en contra de la nueva moda del Halloween, desfiguración carnavalera de la tradición celta.